Los comuneros, un referente histórico en la lucha democrática

Los investigadores Salvador Rus, Joaquín González-Herrero y Miguel Martínez reflexionan, en vísperas del Día de Castilla y León, sobre el impacto y el legado del movimiento

Se han rebasado los cinco siglos desde el desenlace de la batalla de Villalar, que atajó con mano férrea el movimiento comunero con la ejecución de sus líderes, pero lo que ni el emperador ni nadie ha podido silenciar con el paso del tiempo es el peso y la relevancia histórica de un momento que aún hoy resuena en el imaginario español. Precursores para algunos, retrógrados para otros, revolucionarios, rebeldes o pioneros, el debate en torno a lo que supuso el levantamiento que originó la Guerra de las Comunidades sigue más vivo que nunca, generando consensos y disensiones por igual.

“Debemos preguntarnos por qué, cinco siglos después, sigue vigente el debate sobre ese movimiento social y no sobre otros. La respuesta simplemente es porque los comuneros plantearon cambios profundos”, subraya a Ical Salvador Rus, que ejerció como comisario de la conmemoración ‘El tiempo de la libertad’, organizada por la Fundación de Castilla y León por el quinto centenario. “El debate es inevitable, no solo es útil, sino que es muy necesario”, añade el fiscal segoviano Joaquín González-Herrero, fiscal, trabajador de la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude y autor de ‘La Ley Perpetua. Fundamentos de una utopía’ (Ayuntamiento de Martín Muñoz de las Posadas, 2021), cuya segunda edición “muy ampliada” está a punto de salir al mercado con un epílogo a cargo del historiador y jurista Eduardo Juárez.

 

El vallisoletano Miguel Martínez, profesor de Literatura Española de la Universidad de Chicago y autor del libro ‘Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521)’

 

Para el vallisoletano Miguel Martínez, profesor de Literatura Española de la Universidad de Chicago y autor del libro ‘Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521)’ (Hoja de Lata, 2021), no se puede considerar a los comuneros como unos adelantados a su época, pues esa afirmación implicaría una idea de la historia como “algo lineal, que siempre va hacia adelante, algo que en realidad no es así”. Sí son para él, sin embargo, “el principal referente histórico de toda una tradición de lucha democrática”. La “consistencia” de su influencia a través de los siglos, desde finales del XVIII durante la guerra de la independencia, hasta los republicanos del siglo XX o en los demócratas del siglo XIX, les convierte en “un lugar fundamental de nuestro pasado para pensar con ellos”.

A juicio del catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad de León, Salvador Rus, “en algunos aspectos, fundamentalmente políticos, en parte se adelantaron (algo que no siempre ha sido reconocido por la historiografía), pero en otros no”. “Durante un largo periodo de tiempo se les consideró como unos retrógrados, unos revolucionarios medievales, como unos personajes que no veían más allá del campanario de su pueblo, pero si leemos la Ley Perpetua y muchos documentos que se han puesto a disposición de todos los investigadores en el portal archivoscomuneros.org, se aprecia un cierto avance e innovación en sus propuestas”.

 

Miriam Chacón / ICAL. El profesor leonés Salvador Rus Rufino, comisario del proyecto para la celebración del V Centenario de la Guerra de los Comuneros

 

Referente preconstitucional

No le cabe duda de ello a Joaquín González-Herrero, que como “prueba definitiva” se refiere al texto redactado en Ávila en agosto de 1520 y promulgado en Tordesillas un mes después. Para él, la Ley Perpetua es “el testamento político de los comuneros”, donde reflejaron “su manera de pensar y la España con la que soñaban y que querían llevar a la práctica, a través de un proyecto articulado que fue el primer proyecto de constitución de la historia de la civilización occidental, adelantándose a la Constitución Americana de 1787 y a la Constitución Francesa de 1791”.

En ese documento, los comuneros proponían “una revolución absoluta”, que hubiera supuesto para González-Herrero “enterrar definitivamente la Edad Media”, al “privar al rey de los poderes señoriales y medievales que tenía, por los cuales concebía el Estado como su propiedad y la administraba como tal, para pasar a convertirse en el primer servidor público al servicio de la nación, con las Cortes como los depositarios de la soberanía nacional”. “El legado de los comuneros tiene una dimensión histórica extraordinaria”, añade.

En opinión de Martínez, es indudable el “impulso constituyente” que late en el movimiento, con documentos que codifican parte del programa comunero como la Ley Perpetua, que contemplaba “la limitación del poder real o el reforzamiento y las prevenciones contra la corrupción no solo del rey sino también del sistema judicial”. Más relevante que ese conjunto normativo sin embargo le parece a él la forma en que se organizaron cuadrillas, los barrios o las parroquias, para establecer “formas de deliberación colectiva, que estaban en permanente diálogo con la Santa Junta”. “El objetivo final era rehacer el reino y consolidarlo en ley y en instituciones, de una manera nueva y renovada. Ese impulso igualitarista, bastante democrático, de deliberar las cosas en común y dotarse colectivamente de un orden, municipal, de reino o de república me parece más interesante”, señala.

Para Rus, “hablar de la palabra constitución tiene connotaciones muy distintas en distintas épocas históricas”. “Hoy tenemos un concepto de constitución. La Ley Perpetua de Avila recoge derechos y obligaciones, así como una serie de normas para encauzar el proceso de reforma, pero lo que realmente plantea es un cambio en la forma de gobierno, no de Estado, que sigue siendo monárquico, y establece un sistema de control del poder político”, recalca.

 

 

Precursores de la modernidad

También hay discrepancias a la hora de considerarles o no precursores de la modernidad. Sí coinciden en ello Rus y González-Herrero. El primero va incluso más allá y considera que sería más preciso hablar de los comuneros como “la primera revolución moderna en lugar de la última revolución medieval”. “Fue el primer movimiento social profundo moderno”, sentencia antes de afirmar que “abrieron la puerta” a lo que estaba por venir.

En ese sentido, el segundo asegura que los preceptos recogidos en la Ley Perpetua hubieran supuesto para el país “instaurar la modernidad 250 años antes de que llegara a América o Francia con sus constituciones”. “De haberse aprobado, aunque fuera una pequeña parte de lo que allí se recogía, hubiera supuesto un cambio radical, una nueva sociedad, un nuevo estado, pujante por razones económicas, institucionales, jurídicas y morales. Villalar enterró este sueño e inevitablemente llegó la decadencia, que estalló a finales del siglo XVI y que encontró su prolongación en el XVII, hasta que se cierra el periodo de los Austrias con la muerte de Carlos II”, valora.

“La rebelión no triunfó en los campos de Villalar, pero 34 años después, cuando Carlos I de España y V de Alemania abdica en Bruselas, admite una de las reivindicaciones más importantes de los comuneros, que es que haya un rey para España y sus dominios y un emperador distinto a ese rey. En ese sentido cambió la historia, y además las propuestas comuneras facilitaron el camino para introducir posteriores cambios decisivos en la gobernación de los reinos, con mecanismos de control del poder, el desarrollo legislativo y el reconocimiento de derechos de los ciudadanos”, señala.

Sobre la cuestión de la modernidad reflexiona con más escepticismo Martínez: “No es necesario que los comuneros fueran modernos para que nos resulten interesantes a nosotros y podamos dialogar mejor con ellos. Entiendo lo que quiere decir la gente cuando aseguran que fue una revolución moderna, pero para mí no fueron un movimiento moderno, sino democrático o democratizante, con todas las letras, y por eso vale la pena”, apunta. Para él, “lo interesante es ver cómo el pasado alberga hechos, tradiciones o derrotas que no son lo que nosotros nos imaginamos del pasado. La gente del pasado también luchaba, se defendía y tenía visiones autónomas de cómo organizar mejor la vida en común, algo que era mucho más relevante”.

 

El vallisoletano Miguel Martínez, profesor de Literatura Española de la Universidad de Chicago y autor del libro ‘Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521)’

 

Utopía y pragmatismo

González-Herrero, que subtituló su libro sobre la Ley Perpetua como ‘Fundamentos de una utopía’, considera que los comuneros “en el pecado llevaron su penitencia”, ya que “al ser tan precoces no pudieron alcanzar sus sueños”. “Probablemente la sociedad de aquel entonces no estaba preparada, al haber tantos intereses establecidos entre la corona y los grandes nobles. El Estado ha oscilado siempre entre el espíritu de libertad, que contempla un componente romántico, casi utópico, y una apuesta por la seguridad, que se apoya en un espíritu más pragmático”, señala.

Rus descarta esa idea de la utopía como algo que persiguieran, porque a su juicio los comuneros no eran sino “unos súbditos que quieren convertirse en ciudadanos para implicarse en el Gobierno de la Comunidad y ser parte activa de ella”. “La rebelión comunera es ciudadana, en un momento de auge de la importancia económica y social de las ciudades, donde están las universidades en las que se forman los futuros altos funcionarios y profesionales, y donde se va fijando la población. Es un proceso normal de personas que quieren asumir un protagonismo que le corresponde por la contribución que hacen al reino”, explica.

Martínez considera que “sin duda” existen “componentes utópicos” en el movimiento, como se puede apreciar en su vertiente “más cultural”, que a su juicio es “una de las menos conocidas”. Como describe en su libro ‘El rayo y la semilla’, eso se aprecia “en liderazgos como el de Padilla, en algunas coplas o profecías que circulan, con ideas maximalistas que imaginan un mundo sin caballeros ni nobles, o cuando se les acusa de querer ciudades libres como las de Italia, es decir, repúblicas urbanas”.

Por otro lado, cita a Azaña para recalcar que fueron “un movimiento de gente increíblemente legalista y pragmática, que sabía cómo funcionaban las dinámicas del Estado”. “Era gente muy apegada a la realidad aunque hoy no nos lo parezca, y si se rebelaron es porque realmente pensaban que tenían razón y que podían ganar. No había nada derrotista en ellos. Estaban convencidos de que alguna de sus demandas eran perfectamente posibles, eran ellos quienes estaban defendiendo el reino, mientras los otros eran unos corruptos ilegítimos. En los comuneros se combinan las dos cosas: un impulso utópico que late en algunas citas, refranes, coplas o profecías, y una visión de la política muy pragmática y apegada a la realidad”, resume.

 

Miriam Chacón / ICAL. El profesor leonés Salvador Rus Rufino, comisario del proyecto para la celebración del V Centenario de la Guerra de los Comuneros

 

Lo que queda hoy

Para Salvador Rus, los ideales comuneros permanecen hoy. “Sus ideas están entre nosotros. A lo largo de la historia han sido tomadas como referente para el desarrollo de movimientos sociales, para revoluciones o para el reconocimiento de derechos”. Al preguntarle si pervive algo del espíritu comunero en la lucha ciudadana contemporánea, el catedrático de la ULe señala que “en el mundo existe esa conciencia permanente de que hay que seguir evolucionando para conseguir sociedades que sean más justas, igualitarias, plurales y, sobre todo, más libres”. “Ellos son un ejemplo como lo fueron muchos otros movimientos antes y después”, remata.

Al respecto, no alberga ninguna duda González-Herrero, para quien siguen “latentes”, puesto que “la lucha por la libertad y por la igualdad son dos grandes valores que han sido motor de progreso para avanzar hacia sociedades cada vez más justas, y que están recogidos en el artículo 1.1 de nuestra Constitución”. “El sueño de igualdad que animaba a los comuneros se ahogó en Villalar, pero ese espíritu de vocación de justicia y de tender hacia una sociedad más igualitaria y con más libertad sigue presente”, añade antes de lamentar que “la igualdad sigue siendo para España una asignatura pendiente”. “Cuando se acometa la reforma de nuestra Constitución, que ha cumplido grandes servicios a la patria pero que probablemente esté ya un poco anticuada en algunos aspectos, habrá que retomar ese espíritu, basado en la igualdad, que imaginaba otro nuevo país”, subraya.

Para Martínez, por otra parte, los comuneros en Castilla y León “siguen siendo un imaginario histórico” de peso, capaz de “movilizar diferentes actores políticos”, si bien en el conjunto del Estado en su opinión, en la democracia actual, “fueron derrotados por el imaginario histórico del imperio”, algo que achaca a la política desarrollada por el PSOE en los años 80, “demasiado enfocada en la internacionalización y la modernidad de España”, que les llevó a “intentar reciclar unos imaginarios ligados a Carlos V” que luego se intentó “resignificar” en momentos como los fastos del 92 o el cambio de milenio con Aznar ya en la presidencia del Gobierno.

“A mi juicio, es terrorífico cómo la sociedad española se relaciona con su pasado. Es un pasado mucho más ‘usable’, hay muchas tradiciones políticas que se pueden identificar con los comuneros, sin convertirlos en algo que no fueron. Deberían ser un lugar de encuentro en el pasado, con algo que nos representa mejor como sociedad que toda la banalidad y desvergüenza del discurso sobre el imperio. Deberíamos ser más comuneros”, sentencia.

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