La enfermedad hemorrágica epizoótica, una nueva desilusión para la ganadería zamorana

José Ramón Tejedor, con casi 200 vacas madres en Almedia de Sayago (Zamora), lleva más de 35 casos positivos y dos animales muertos en 20 días y pide la ayuda e intervención de las administraciones

Una tormenta se cierne sobre la ganadería de Castilla y León. Una más. La enfermedad hemorrágica epizoótica (EHE) se suma a dos años de sequía, la amenaza cierta de la tuberculosis, que parecía casi ya erradicada, precios de materias primas por las nubes, etc. “Estamos desilusionados”, sentencia José Ramón Tejedor, ganadero de 180 vacas madres en Almedia de Sayago (Zamora), que ha visto contagiarse en los últimos 20 días a alrededor de 35 de sus animales, con al menos dos muertes y “alguno más que no lo superará”, en referencia al caso de un toro de ocho años sobre el que admite que “le da mucha pena”. “Es una gran incertidumbre por una enfermedad nueva. Yo ahora mismo no sé si las vacas que se recuperen abortarán o si el año que viene podré vender terneros. Es algo que no conocemos. El miedo es muy grande para todos”, advierte el ganadero.

En una de las fincas de su explotación, a las afueras de la localidad, José Ramón silba a Sultán y Rayo. Los dos perros escoltan a una veintena de animales que salen al campo, a una parcela en la que el pasto brilla por su ausencia. Sin lluvia es lo lógico. Solo la motivación de la sombra que ejerce sobre la tierra seca una encina anima a acercarse. Progresivamente, les chilla para que se retiren y permitan el paso de las vacas para que puedan alimentarse del pienso compuesto que desde su camioneta vierte en el suelo. Su nutrición se completa con paja, que este año duplica su precio, y con heno. “¿Ves aquella de allí? Está bastante enferma. Mira sus morros y los ojos rojos”, apunta.

 

JL Leal / ICAL. Ejemplares afectados por la Enfermedad Hemorrágica Epizoótica en la explotación ganadera de José Ramón Tejedor en Almeida de Sayago

 

A medida que los animales se acercan, se pierde la vista sobre esa vaca contagiada. Se aprecia un animal herido por dentro, sin apetito y al que le cuesta un mundo beber agua e incluso caminar. “Se les pone el morro seco y enrojecido, tienen dificultad para comer y enseguida se les cae la baba. Su inapetencia se suma a las llagas que le genera la enfermedad en la boca y ese dolor les impide alimentarse”, lamenta Tejedor, un ganadero visiblemente activo, socio de COAG, que no detiene su actividad durante la visita de un equipo de Ical. Añade además que, según los veterinarios, podría haber afección a futuros partos, sin lubricar, con el consiguiente daño sobre la madre y el ternero, o que incluso estos naciesen infectados.

En su caso, se han contagiado hembras de entre cuatro y cinco años y no ha tenido ningún ejemplar positivo con menos de año y medio de edad. Y a los machos les ha afectado con más fuerza. “Es mi observación, no digo que sea generalizado, porque falta mucha investigación”, aclara.

 

 

La implicación de la administración

Los últimos datos de la Junta ofrecidos esta semana, en base al control de más de un millar de bovinos, hablaban de 152 vacas con síntomas claros y una docena que habría fallecido en la comarca de Sayago y Bajo Duero. Son cifras ya alejadas de la realidad. “De día en día, a mí en esta explotación, me salen varios nuevos”, comenta el ganadero, quien pide actuar ya e implicación a las administraciones para erradicar ya la enfermedad porque, alerta, “se está complicando la situación”.

“¡Que espabilen ya y se pongan las pilas! Si quieren realmente trabajar por el medio rural y la sostenibilidad, que apoyen a los que estamos aquí, en una zona ya de por sí deprimida. Que nos ayuden a acabar con esto, nos dirijan hacia dónde ir y nos ayuden con el gasto extra que estamos teniendo”, reclama.

La EHE es una enfermedad vírica infecciosa no contagiosa transmitida por vectores, mosquitos de la familia culicoides, el mismo que transmite el virus de la lengua azul, y que afecta a rumiantes domésticos y salvajes. Según el Ministerio de Agricultura, en el ganado vacuno puede producir “clínica moderada y autolimitante durante unas dos semanas”, mientras que el ovino, aunque es susceptible a la infección, “lo es poco a la enfermedad clínica”. Es una enfermedad que afecta también a los ciervos, gamos y corzos y que, al parecer, procede de África y Asia.

 

 

Incertidumbre generalizada

Lo peor de esta enfermedad de declaración obligatoria, prosigue José Ramón, es la “incertidumbre” que genera, porque tiene un periodo de incubación de entre dos y 15 días, con lo que vaticina que en la explotación se registrarán más casos. “Yo ahora creo que estoy en el momento álgido, en el pico de contagios”, sospecha el ganadero, quien admite que ha supuesto un importante gasto económico a su bolsillo, con el que no contaba, para intentar salvar a sus animales. Con la orientación del equipo veterinario ha administrado a las vacas antiinflamatorios retardantes, antibiótico de alto espectro para aliviar las complicaciones, vitamina B y un protector hepático que les empuje a recuperar el apetito que pierden por el camino tras el picotazo del mosquito. Al menos, está funcionando para la mayor parte de los casos tratados.

Recuerda que su preocupación se acrecentó cuando en la prensa leyó que se había detectado un primer caso en la localidad salmantina de La Encina de San Silvestre. Se puso manos a la obra y, orientado por los veterinarios, durante cuatro días fumigó con un insecticida toda la granja y a los propios animales para acabar con el rastro del vector. “No sirvió de nada”, masculla Tejedor.

 

 

Cada vez más desilusión

Esta ganadería de Almeida es una de las más afectadas en Zamora, pero hay casos en Carbellino, en Moraleja, en Peñausende… “Esto es muy nuevo y se está generalizando rápido. Yo calcula que en una semana ya se me habrá infectado toda la explotación”, se muestra contrariado. “¿A qué están esperando?”, cuestiona a la clase política, a los que demanda que “se dejen de luchas” y apuesten por acabar con las enfermedades infecciosas, como la EHE o la tuberculosis, y por gestionar “mejor” la conservación del lobo y los buitres”. “Yo no trabajo para dar de comer a estos animales. Me parece muy bien que los quieran mantener, pero no a costa nuestra”, expone, tras recordar que hace varios años ya salió en los medios de comunicación porque las carroñeras acabaron en unos minutos con la vida de una de sus vacas y el ternero que acababa de parir en el campo. “Si es que tenemos un montón de problemas. Estamos desilusionados. No nos ayudan. Y la gente joven que podría quedarse, ve este panorama y sale corriendo”, relata José Ramón Tejedor.

Esa desilusión le empuja a vaticinar que en tres décadas, localidades como Almeida ya “no tendrán ni ganadería, que es el sustento actual”, y todos estos pastos, indica mientras señala entre los pedregosos terrenos, típicos de Sayago, “tendrán hierbas secas de más de un metro que ya no frenarán los incendios”. “Nadie tiene en cuenta la labor que hacemos ahora limpiando las fincas, el monte o la dehesa con nuestro ganado”, anota.

La mañana finaliza frente a la mirada perdida del toro. “Mucha pena me da, de verdad. Habría que sacrificarlo, pero me da pena”, insiste. El animal, apostado a la sombra de una encina, parece que espera su momento final. El ganadero le ofrece la comida y el agua casi en su morro, pero una disfagia causada por la enfermedad hace que el caldero no baje su nivel. “Lo que bebe, lo echa por la nariz”, muestra.

Los ojos rojos de este animal, que pesaba 900 kilos antes de contraer el virus (ahora no llega a la mitad), parecen despedirse para siempre tras 20 días de lucha. “Si aún sobrevive es porque era un toro fuerte”, justifica el ganadero, ya en la distancia, mientras se sube de un salto de nuevo a su camioneta para encaminarse a otra de sus parcelas a separar a otras vacas afectadas: “Ahora es mi día a día”.

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